La acción de nuestro pensamiento sobre los equipos técnicos

A menudo me preguntan si creo que el ser humano es capaz de alterar, a través del pensamiento, o de su simple presencia, el funcionamiento de equipos técnicos, a lo que yo respondo, sin sombra de duda: ¡SI!

Para aquellos que no me han conocido durante mi adolescencia, voy a hablar de ese periodo bastante particular y rico en experiencias paranormales involuntarias:

A principios de los años 80, me dirigía diariamente, a pie, a la escuela de oficios de Fribourg. A lo largo del trayecto, me daba cuenta de que numerosas farolas de la vía pública se apagaban cuando yo pasaba por debajo. No hablo de una extinción temporal, sino definitiva; al menos hasta el momento en que los servicios municipales venían a cambiar las bombillas defectuosas. Allá por donde yo pasara, una vez que el sol se había puesto, en Suiza, o en el extranjero, las farolas se apagaban. Daba igual que estuvieran equipadas con bombillas de vapor de mercurio (iluminación blanca) o con bombillas de vapor de sodio (iluminación naranja). Era raro que yo caminara diez minutos por la noche sin que apagara por lo menos una farola. Incluso una vez llegué a apagar varias seguidas. Era divertido, porque, además, llegaba a presentir, unos segundos antes, su extinción. Así hubo centenares, y solía cruzarme con el camión-grúa de los servicios municipales, que venían a sustituir las bombillas defectuosas. Cinco años pasaron, y después… ¡Nunca más hasta el momento!

A los 17 años, había trabajado todo el verano durante mis vacaciones escolares, con el fin de ofrecerme mi primer lector de CD. Precio: ¡2000 euros! En septiembre de 1982, pude saborear mis primeros CD. Pero pronto constaté que mi aparato cortaba aleatoriamente algunos trozos en lugares totalmente imprevisibles, para pasar al fragmento siguiente. La tienda especializada que me había vendido el aparato me lo sustituyó sin discusión, pero el problema persistió, y decidí poner en ello toda mi atención. Cuanto más me concentraba en arreglar el problema, más se producía. Tercera sustitución, ¡y otra vez lo mismo! Al cuarto lector de CD, un responsable de Marantz (la marca del aparato) vino a mi casa a comprobar el problema, y al no poder ofrecerme una solución técnica, se lo llevó y me lo reembolsó. Entonces, compré otro lector de CD de la marca Technics (tecnología totalmente diferente) y… Los cortes aleatorios con salto al fragmento siguiente se seguían produciendo, sin que a nadie, nunca antes, le hubiera ocurrido lo mismo, en ningún lugar del mundo. Decepcionado y resignado, dejé de romperme la cabeza con eso, y el problema no se volvió a reproducir durante los años que siguieron.

En esa misma época, un reloj digital tenía por costumbre volver a empezar desde la medianoche (0:00), en el momento preciso en el que yo entraba en mi habitación.

Podría contar muchas otras historias similares… Alrededor de los 20 años, todo se calmó, sin que pudiera explicármelo. Preciso bien que todas esas perturbaciones eran involuntarias y se producían sin mi intervención.

Más tarde, levanté mi propia empresa de electrónica e informática, con más de 20.000 clientes, principalmente empresas e independientes. A lo largo de los años, he constatado que algunos pocos clientes acumulaban el mismo problema, de forma sistemática. Después de haber sustituido tres veces un disco duro que se estropeaba misteriosamente, tenía que reembolsar al usuario, que terminaba buscando en otra parte. Y posteriormente, hablando con la competencia, en la Suiza de habla francesa, me enteré de que esas mismas personas tenían los mismos problemas en otros sitios, y que, en sus manos, el material informático no funcionaba nunca.

Tras todas estas experiencias, concluyo, íntimamente convencido, que la propia potencia de nuestra tecnología actual la hace tanto más sensible y vulnerable a cuanto el ser humano pueda desprender en un plano sutil. Esto demuestra, una vez más, hasta qué punto nuestro pensamiento, nuestro estado de ánimo y nuestras intenciones pueden influir sobre la materia.