En el corazón, no hay juicio

Muchas personas parecen existir únicamente a través de los juicios que emiten, cada vez que hablan, sirviéndose de clichés y generalidades, acerca de todo cuanto les rodea. Así, asestan pretenciosamente sus verdades ya envueltas, olvidando que su visión del mundo equivale a observar el universo a través del agujero de una cerradura. La vida es una sinfonía que no espera la postulación de nadie como director de orquesta. Se manifiesta sencillamente en la pluralidad y se las arregla muy bien sin una humanidad juzgante.

Puntos de mira Existen tantas realidades como puntos de mira. Tener una opinión acerca de todo es una forma presuntuosa y encasillada de observar el mundo, de reducirlo a la propia estrechez mental. Personalmente, no tengo opinión sobre nada y el universo se me aparece como una gran farsa cósmica en la cual evolucionamos interactivamente. Si hago alguna puesta en escena, únicamente es la mía. Todo cuanto es distinto a mí, a mis prácticas, a mis gustos y a mi comprensión no ha de ser juzgado, sino simplemente acogido como experiencia complementaria a la mía. Solo podemos recuperar la unidad acogiendo incondicionalmente todas las manifestaciones del universo.

Cuando, encubierto por seductores ideales, se institucionaliza el juicio, pasa este a convertirse en un partido político o religioso que ya solo existe a través de la energía invertida en divergir de sus opositores. Por definición, la noción de “partido” solo se obtiene fraccionando lo que está entero. El juicio es el motor de todas las guerras, de todas las divisiones, de todos los conflictos, y todos nosotros lo alimentamos cuando condenamos a un ser o un hecho en el mundo.

Ningún dios nos juzga. ¿Cómo podría la existencia juzgar su propia creación? Solo el ser humano posee la arrogancia necesaria para proyectar sus propias intenciones sobre los dioses de pacotilla que inventa para la ocasión. En su nombre, pretende entregar mensajes de amor, pero no emite, finalmente, más que condenas sin apelación que alimentan las mayores barbaries de este mundo. Si existe un infierno, este se encuentra, seguramente, entre los condicionamientos religiosos.

La forma más eficaz de frenar el juicio no es oponerse a él, sino ignorarlo, distanciándose de la persona que lo emite. La indiferencia es, de lejos, la mejor actitud posible, dado que la reacción es un arma de guerra que alimenta la escalada. La paz no se obtiene censurando un juicio o intentando establecer una verdad cualquiera. En realidad, el simple hecho de creer poseer la verdad y de querer defenderla es ya una forma de juzgar a las personas que no la comparten.

El juicio es la manifestación del ego dominando. Para liberarnos de nuestros propios juicios, solo necesitamos mirar con el corazón. Dar amor a nuestros seres queridos parece sencillo. Lo es mucho menos, en cambio, abrir nuestro corazón a un ser sufriente, a un verdugo, a un criminal o a un dictador… Ese amor es el más puro que podemos ofrecer, pues está despojado de todo interés y de todo juicio. Reconoce la vida en cada ser y no condena ningún acto, sino que emana de forma incondicional, esparciendo un poco más de paz sobre la tierra.

En el corazón, nunca hay juicio.