Sobre las diferencias, o la riqueza en la diversidad

Tan lejos como puedo remontarme en el tiempo, recuerdo haberme sentido siempre diferente. Ya muy pronto, el medio escolar me calificó educadamente de original. ¡Qué cumplido para mí!

Mi infancia: diferente

En realidad, nunca he buscado cultivar la originalidad por espíritu de contradicción. Simplemente, me sentía como lanzado en paracaídas, desde otro planeta, a un mundo que no comprendía. Mi infancia la pasé, pues, en una dulce soledad, dado que mis centros de interés diferían totalmente de los de otros niños de mi edad. Jugar a indios y vaqueros no era para mí. Las pocas veces que entré en el juego, me dejaba matar enseguida… Cuestión de poder saborear el contacto de mi piel con el césped, mientras los demás seguían con ese juego descabellado. Yo era más bien solitario, y me rodeaba de dos o tres amigos, algo diferentes también. Pero no tengo recuerdos de haber sufrido particularmente por ello. Finalmente, siempre me he relacionado con los demás a través de mis diferencias.

Como soldaditos

Debería valorarse la diferencia desde el nacimiento. Los niños, de partida, son todos distintos. Desde su más tierna edad, se sienten atraídos por aquello que se sale de lo ordinario, por lo que no está dentro de la norma. Después, la sociedad los conduce al gran parque, para terminar de alienarlos en la uniformidad más absoluta, como soldados ante el cuartel.

Recuerdo, de hecho, mi formación militar obligatoria y mi aversión profunda hacia ese sistema, que, en realidad, jamás consiguió que me alineara correctamente o que llevara el paso. Había siempre en mí algo de no uniforme, como una medalla al tiro, ganada accidentalmente, que había colocado con orgullo en la parte trasera de mi pantalón. Era mi medalla de tiro… ¡al culo! ¿Cómo responder a lo ridículo si no es a través de lo ridículo? Era mi forma de soportar semejante concentrado de estupidez humana. Luego, finalmente, el ejército suizo, revelándose incapaz de encerrarme en sus pequeños moldes para soldados, me anunció con pesar que no podía contarme ya entre sus filas.

Religión = Frustración

¿Cuántos deseos reprimidos solo para encajar en las exigencias de una sociedad en la que reina la frustración? Observo cotidianamente a personas que se doblegan, se ocultan o se restringen, para poder estar en la uniformidad y en la norma, por miedo a incomodar a su gente cercana, a sus vecinos y a su jefe… Como ámbito de frustración, la sexualidad es sin duda el peor todos, tan demonizada como ha sido por religiones que castraban a sus adeptos de toda noción de placer. Pensar que no existe una forma sana de vivir la propia sexualidad es una aberración total. Si supieras, por ejemplo, cuántos hombres casados viven encuentros discretos con otros hombres, para satisfacer, en secreto, deseos “fuera de las normas”…, y no, por ello, menos naturales. En materia de sexualidad, es esencial para el equilibrio de cada uno autorizarse a explorar los propios deseos, por muy diferentes que sean, sin tabúes, y en el respeto hacia el otro. Encerrar la propia sexualidad en un contrato es una impostura de la naturaleza humana.

Uniformidad = Esterilidad

No hay nada más estéril que la perfecta similitud. Dos gemelos sienten muy pronto la necesidad natural de explorar cada uno sus propios universos; y a pesar de sus similitudes genéticas, resultan ser esencialmente distintos. Físicamente, pueden ser dos copias exactas, tener una misma educación, ropa idéntica y, sin embargo, gustos y caracteres disparejos. En el fondo, nadie aspira a seguir al rebaño. Solo los miedos inculcados motivan al ser humano a no distanciarse de la masa. Los primeros años de escolaridad formatean ya al niño, en ese sentido, separándolo progresivamente de su esencia con la excusa de sociabilizarlo, y ahogando en él cualquier forma de individualidad. Para ser aceptado y reconocido, hay que ser como todo el mundo: he ahí una creencia implantada muy pronto en la mente del niño.

Triunfar de otra forma

En una sociedad unificadora que margina las diferencias, no es siempre fácil, sin embargo, encontrar nuestro lugar. Pero tampoco es imposible. Desde la adolescencia, mi lema ha sido siempre: Triunfar de otra forma. Y he triunfado, a mi manera. Tengo una profunda alergia a los caminos trillados, a los partidos y a las instrucciones de uso, sin duda porque tienen tendencia a encerrar y a reagrupar a la humanidad como borregos.

Lejos del rebaño, mi vida ha sido un encadenamiento de situaciones inhabituales y sorprendentes para otros. Siempre se ha dudado de mí, pues nunca he hecho nada como los demás. Allí donde reinan la tradición y el protocolo, mi única motivación es la de abrir una nueva vía, volviendo a empezar de cero, de forma diferente. Nada es más estéril para mí que reproducir las experiencias ajenas. La tradición y el conservadurismo nunca han conducido a la más mínima innovación o descubrimiento.

La riqueza en la diversidad

La vida se enriquece de todas las diferencias. No existe en el cielo invernal dos copos de nieve idénticos. Cada uno de ellos es único, como lo es cada ser de esta tierra llegado para trazar su propio camino. Nuestras diferencias nos ponen en entredicho, si es que tenemos la honestidad y el coraje de afrontarlas. Ellas nos impiden anquilosarnos en creencias y esquemas fijos. Nuestras diferencias son un elixir de juventud y de frescura. Ellas nos enseñan el amor incondicional, el no-juicio y el respeto por el prójimo en su diversidad.

Conclusión

Sean cuales sean las etiquetas que la sociedad haya podido adjudicarte, te animo encarecidamente a vivir tus diferencias en todas sus orientaciones, ya sean sociales, culturales, sexuales, espirituales… Nada está mal desde el instante en que el amor habita e inspira nuestras acciones. Lo importante no es hacer “como los demás”, por mimetismo, sino actuar de corazón, con autenticidad, en la manifestación de nuestra naturaleza profunda, en toda la belleza de nuestras diferencias y en el pleno respeto hacia el otro. No necesitamos reivindicar o exhibir las diferencias, ni encerrarlas en un gueto; solo vivirlas, abiertamente. Sin buscar disimularlas.