La felicidad en la fuente

¿La felicidad implica necesariamente llevar adelante proyectos de vida? ¿Tenemos que dar un sentido a la vida para ser felices? Se trata, en mi opinión, de una falsa creencia que lleva a gran parte de la humanidad a buscar su felicidad a través de una carrera profesional, una relación, la maternidad, el dinero o incluso el voluntariado.

Todo cuanto podemos encontrar ahí es efímero y no conduce a una felicidad auténtica y duradera. Esta solo puede hallarse en esa parte de nosotros que nos anima y que no cambia. Más allá de nuestra edad o de cualquier otro factor, hay en cada uno de nosotros una presencia inmutable y silenciosa que se despliega cuando la mente hiperactiva se digna calmarse. Ningún conocimiento, reflexión o análisis posibilita acceder a ese lugar, ya que dicha presencia no puede surgir sino del silencio interior. Es nuestra naturaleza profunda e intemporal.

La felicidad La auténtica felicidad es modesta y carece de ambición, no tiene nada de espectacular, pero es profunda y nada puede alterarla. Es el florecimiento de la presencia interior que nos une al universo, es esa conciencia de existir más allá de nuestras limitaciones físicas y de nuestra personalidad. La felicidad no es otra cosa que estar ahí, nos lleve la vida donde nos lleve, plenamente en el instante presente.  La felicidad no se crea, es un perfume que aflora como emanación de nuestra esencia. Es incondicional y no depende de nada ni de nadie de afuera.

¡No hay necesidad de dar un sentido a la vida para ser felices! La vida solo tiene un sentido: vivirla. Toda búsqueda de sí a través de la acción es un fracaso programado, ya que refuerza el ego, que se complace en competir y se nutre del reconocimiento ajeno. No somos el fruto de nuestras acciones y la competitividad despiadada no ha sido nunca fuente de una felicidad durable. El ser que busca reorientar su vida con el fin de hallar la felicidad estará totalmente perdido, ya que la felicidad no es el resultado de una trayectoria o el logro de un objetivo, sino únicamente el surgimiento de la propia naturaleza profunda.

Le infelicidad no es la ausencia de felicidad, sino la acción de buscarla donde no se halla. En realidad, el simple hecho de buscarla nos vuelve inevitablemente infelices, ya que no se puede encontrar afuera lo que está clamando por expresarse en lo más profundo de uno mismo. La felicidad no se comprende, sencillamente se vive. La persona que intente conceptualizarla, intelectualizarla o proyectarla no hará sino alejarse de ella, y en su búsqueda eternamente insatisfecha, se esforzará por hallarla en todo cuanto pasa y no dura nunca…

Una vida sana encuentra obviamente su equilibrio entre “el ser” y “el hacer”. Es decir, mis palabras no son una invitación a la pasividad. Solo deseo evocar un orden natural de las cosas, resaltando esa creencia errónea de que la acción está en el origen de toda autorrealización. La felicidad no se desprende de nuestras acciones, sino que debería ser el motor, ya que la acción justa hunde siempre sus raíces en el ser profundo.