Teoría del género e identidad sexual (complemento)

Tras varios mensajes recibidos en relación a mi anterior artículo, que trataba de la teoría del género y de la identidad sexual, me permito aportar aquí algunas precisiones, con el ánimo de compartir mi opinión personal sobre los siguientes puntos:

La identidad sexual es innata

En primer lugar, tenemos la noción de identidad sexual. Esta es, a mi modo de ver, principalmente innata, y así pues, definida al nacer. Si tomamos como ejemplo una persona transexual, esta nos dirá muy claramente que tan lejos en el tiempo como es capaz de recordar, siempre sintió un desajuste con su sexo biológico.

En 1966, un loco peligroso (John Money, sexólogo y sicólogo neozelandés) llevó a cabo un experimento con dos hermanos gemelos monocigóticos. Uno de ellos recibió el nombre de Brenda tras sufrir una ablación de sus órganos genitales. Desde entonces, fue educado como niña, recibiendo al mismo tiempo un tratamiento hormonal. La experiencia tenía como objetivo demostrar la teoría del género que afirma que la identidad sexual se construye en función del contexto socioeducativo de la persona. Al principio de su adolescencia, Brenda se sintió atraída por las niñas y rechazó el cuerpo de niña que se le había impuesto. Los dos gemelos traumatizados por esta broma macabra terminaron por suicidarse unos años más tarde.

Estos dos ejemplos demuestran que la teoría del género es un bochornoso fracaso y que nuestra identidad sexual está claramente definida desde el nacimiento, independientemente de nuestro sexo biológico.

La identidad sexual no puede ser etiquetada

A menudo oímos hablar de identidad sexual “masculina” o “femenina”. Esta visión de la identidad sexual me resulta totalmente reductora, pues sería como intentar cualificar un preparado culinario de “dulce” o de “salado”, cuando sabemos que todo plato cocinado es un complejo conjunto de alimentos sazonados que contienen a la vez azúcares y sales muy diversas. Por lo mismo, la identidad sexual es un sutil equilibrio entre nuestros polos masculino y femenino. En este sentido, sí hablo, gustosamente, de la idea de una identidad sexual predominantemente masculina o femenina, como podríamos hablar de predominancia salada o azucarada de un plato cocinado.

Por esto mismo, estoy convencido de que ningún ser humano dispone de una identidad sexual puramente masculina o femenina. La predominancia de esta última influirá en nuestra orientación sexual.

La orientación sexual

La orientación sexual es la concretización de la identidad sexual en el plano de relaciones. Esta puede variar, pues, a lo largo de nuestra vida. Tal persona despertará mi parte masculina mientras que tal otra estimulará mi parte femenina. Según sea el contexto de vida y la sensibilidad del momento, podré sentirme atraído por una mujer o por un hombre. Fundamentalmente, ningún ser es exclusivamente heterosexual u homosexual, ya que la atracción por otros es el fruto de una compleja osmosis que no se reduce a la naturaleza de un órgano genital.

¿Sexualidad indisociable del amor?

Por supuesto, estoy convencido de que el acto sexual experimentado en un contexto amoroso toma una dimensión suplementaria, y hablo extensamente de ello en otros artículos.

Sin embargo, la exploración sexual del ser humano no empieza nunca en un contexto amoroso. El niño descubre muy pronto su sexualidad a través del tacto y de la masturbación. Descubre también ciertas posturas, situaciones y caricias que le procuran placer. Este amaestramiento progresivo que empieza generalmente mucho antes de la adolescencia está totalmente disociado de la dimensión amorosa. Después, empiezan las primeras emociones y acercamientos desembocando un día en la experiencia que viene a confirmar o invalidar los deseos y construcciones imaginarias del adolescente. En este estado del descubrimiento, es importante que el ser en construcción se sienta libre de explorar su sexualidad, ya sea acompañada, o no, de sentimientos.

Veo a muchas personas circunscritas a la norma desde siempre, que han reprimido, a veces incluso durante décadas, necesidades y deseos legítimos. La frustración acumulada les lleva un día a dar el paso de experimentar, y ello, rara vez en un contexto amoroso, sino más bien entre personas que consienten, lo que no tiene nada de malsano, a mi modo de ver, desde el momento en que se trata de una exploración.

En cuanto a saber si en una relación el sexo viene después o antes del amor, yo respondería simplemente que no se elige comer exclusivamente manzanas sin haber probado anteriormente la fruta. Dejemos el principio de “fruto prohibido” al campeón en todas las categorías de la frustración.

Autorizarse a experimentar

Varios lectores han percibido en mis palabras algo así como una incitación al consumismo sexual, incluso a una cierta forma de debacle. Quisiera tan solo recordar que explorar la propia sexualidad no consiste en hacer de ella una bulimia. Explorar no significa consumir en exceso. Probar una fruta una vez no obliga a comerla todos los días. En cuanto a la naturaleza del acto sexual explorado, no tengo necesariamente una visión restrictiva, desde el momento en que este es explorado conscientemente en el pleno respeto de las personas implicadas y de las reglas elementales de seguridad. Me abstengo de todo juicio.

Riesgo de adicción

El temor de entrar en una adicción parece igualmente inquietar a algunos lectores. ¿Tenemos que evitar probar lo que nos atrae por miedo a volvernos dependientes? Evidentemente, no. El único riesgo de autorizarse a probar algo es de cogerle gusto. La adicción al sexo existe, por supuesto, al mismo nivel que la dependencia al alcohol y al tabaco, pero esta no es el fruto de una exploración sana y desinhibida de las necesidades.

Pienso, al contrario, que una privación forzosa no puede sino empujar al abuso, una vez que se franquea el límite. La persona que rechaza durante mucho tiempo su sexualidad, por culpa o por miedo de tener que asumirla, termina inevitablemente por amargarse y frustrarse, puesto que se opone sicológicamente al movimiento natural de la vida. Estoy convencido, incluso, de que una frustración extrema puedo conducir a menudo a comportamientos marginales.

Entre la frustración y la contención

Se ha planteado la duda sobre cuál es la diferencia entre frustración y contención. Esta última evita numerosos desbordamientos en nuestra vida cotidiana. La contención es sana si permite, por ejemplo, abstenerse de expresarse bajo el impulso de la cólera. Utilizada en dosis homeopática, puede ser incluso estimulante, teniendo como efecto prolongar el placer o acercarlo más sutilmente.

Pero una contención demasiado contenida desemboca, sin lugar a dudas, en la frustración. En materia de sexualidad, una contención acumulada se transforma muy a menudo en fantasma malsano, ya que la construcción imaginaria del acto reprimido durante tiempo rara vez es representativa del acto que se experimenta. Consumir el plato favorito con contención procurará más placer aún cuando nos lo autorizamos a nosotros mismos, pero privarnos de él totalmente, por principio, no tendrá nunca nada de virtuoso.