El perdón

Si hay una noción que cobra importancia, a lo largo de los acompañamientos de final de vida, es sin duda la de perdón. Siempre me sorprende oír, en un tono de nutrido rencor, afirmaciones del tipo: “¡Esto no lo perdono jamás!” Es entonces cuando me digo que el perdón es una noción mal entendida, pues tengo la impresión de que, para estas personas, perdonar equivaldría en cierta forma a avalar el acto cometido o las palabras que se le han dirigido.

Pero el perdón, evidentemente, no es olvido, ni resignación, ni aceptación en forma de sometimiento, sino una acción personal que nos eleva y nos alivia. Para perdonar no hace falta comprender al otro, ni juzgar su comportamiento. Perdonar es, ante todo, un acto liberador que corta las cadenas de ese odio que el ser humano tiende a veces a alimentar tóxicamente, en recuerdo de una herida que rechaza sanar, y al que se agarra un poco como al cuerpo del delito, para justificar su comportamiento de víctima.

El ser humano que se complace en esa situación pútrida se hace el mayor de los daños, puesto que se carcome literalmente por dentro. Parece incluso que el odio y el resentimiento puedan convertirse, entre un escaso número de personas, en una razón para existir, y para atribuir al ser implicado las peores intenciones hacia ellas. En ocasiones me ha ocurrido que he podido descubrir, durante mis acompañamientos en el entorno paliativo, el fruto de un odio alimentado…

Qué duda cabe de que el perdón requiere a veces tiempo. Para empezar, antes de perdonar, hay que preparar el terreno en el plano emocional, empezando por no alimentar ese resentimiento que puede tomar forma de rencor, odio o saña. La primera etapa consiste, pues, en distanciarse del acontecimiento detonador y en sanar las propias heridas, que no son, la mayoría de las veces, físicas. Esperar un reconocimiento ajeno o una excusa para perdonar es absolutamente inútil. Perdonar de forma condicional vendría a dar un poder suplementario a la persona implicada. El único perdón posible es pues incondicional.

El perdón no es una decisión, una elección de nuestra mente. No basta con decir “Te perdono” con la cabeza, para que súbitamente cese la agitación interna. El perdón es un acto mucho más profundo, puesto que pasa por el corazón y por las tripas. El perdón es, ante todo, un acto de amor hacia nosotros mismos. Es una decisión de curación personal, la forma más eficaz de alejar toda influencia sobre nosotros. El perdón desenreda lo que obstaculiza el recorrido de cada uno.

Así pues, ¿no es mejor avanzar ligero?