El poliamor o los amores plurales

La noción de poliamor define, en un sentido amplio, todo tipo de relación que integre diferentes compañeros amorosos, pudiendo ser estos de orientaciones sexuales diversas. Una relación poliamorosa puede ser, por tanto, esencialmente heterosexual, homosexual, o simplemente abierta a consortes de distintos sexos. Personalmente, no concibo el poliamor como una etiqueta más que venga a encarcelar el amor, sino como la abolición de las fronteras hasta ahora impuestas en el plano amoroso.

He aquí, de nuevo, un tema tabú que incomoda, puesto que abre todas las vías posibles, a la hora de concretar nuestros sentimientos amorosos. El poliamor es el enemigo jurado de nuestras sociedades y de las corrientes religiosas, puesto que pone fundamentalmente en entredicho el esquema de familia tradicional. Sus detractores no verán en él más que debacle y perversidad. Por mi parte, veo una base de reflexión interesante frente al evidente fracaso del modelo tradicional impuesto, que es el de la relación exclusiva fijada para toda la vida.

Hay que hacer prueba, ante todo, de realismo, y reconocer que raros son aquellos y aquellas que no hayan vivido en un momento u otro de su existencia una situación poliamorosa, a veces de transición, a veces, duradera. ¿Quién no se ha sentido, al menos una vez, tironeado por turbadores sentimientos hacia una tercera persona, mientras vivía una relación de pareja? ¿Quién no ha cerrado los ojos durante una relación íntima, imaginándose implicado en otra configuración amorosa muy distinta?

Evidentemente, la hipocresía ambiental quiere que todo ser bien pensante se alinee con el concepto oficial del amor exclusivo, principal pilar de nuestra sociedad. Pero detrás de esa bella fachada aséptica, una mayoría de cónyuges se lanzan a una relación extraconyugal, mientras una gran parte de la minoría restante se traga sus frustraciones soñando con ese paso que no se autorizan a dar.

Estoy convencido, como me gusta recordarlo a menudo, que el amor, en su esencia, está hecho para multiplicarse. No es exclusivo, sino inclusivo. Cuanto más lo compartimos, más se intensifica, y esta realidad tiene que ver, igualmente, con el sentimiento amoroso. Múltiples testimonios de personas viviendo situaciones poliamorosas lo demuestran: La relación de pareja a menudo se redinamiza cuando uno de los cónyuges (o a veces ambos) inician otra relación paralela. ¡Es una realidad que he observado habitualmente a través de los testimonios que recojo!

El ser humano se agarra a veces al modelo de la relación exclusiva, intentando en vano encontrar en el otro todo cuanto se ve incapaz de darse a sí mismo, en la ilusión de poder llenar dentro de sí mismo ese sentimiento de vacío, apoyado en el deseo de pertenencia que puede virar hacia la posesión… Así nace una relación fusional de dependencia. La idea de perder esa exclusividad se hace, entonces, insoportable, pues evoca la posibilidad de volver a encontrarse amputado de esa parte de nosotros que buscábamos en el otro. Se comprende fácilmente que ese miedo a ser cortado en dos pueda ser aterrorizante, puesto que se trata justamente de eso. La exclusividad recíproca aparece entonces como una garantía tranquilizadora, una seguridad ilusoria en la que los cónyuges se refugian. En esta configuración amorosa donde 1 + 1 = 1, cada ser pierde su identidad propia, para no existir sino como pareja, y la perspectiva de una relación poliamorosa aparece, por supuesto, como profundamente desestabilizante, por imposible de vivir en ese estado de fusión.

Pero cuando el ser humano existe por sí mismo, cuando cae en cuenta de que su felicidad solo depende de él, y vive en esa conciencia de la impermanencia de la vida, entonces, ya no busca limitar o restringir el amor, puesto que está completo. Puede compartir su felicidad y amar plenamente a una persona, y puede también, si lo desea, abrir su corazón a otros seres junto a los cuales se sienta en sintonía, sin limitación o restricción de forma.

En este sentido, el poliamor aparece como una evidencia, aunque muy difícil de compartir en un mundo aún sumamente anclado en sus esquemas ancestrales. Sus principales frenos son los celos y la posesividad. Concretamente, las situaciones poliamorosas generan múltiples sufrimientos, si no están claramente compartidas entre personas abiertas a esta visión plural.

El poliamor no es algo nuevo, solo tiene el mérito de nombrar una realidad tabú que existe desde siempre.