Los rumores que corren

¿Has tenido alguna vez que vértelas con los rumores? Ya sabes, esos cuchicheos que te atañen, y que se extienden entre las personas interpuestas, hasta terminar, siempre, de una forma u otra, por alcanzarte, ¡estallándote incluso, a veces, en plena cara!

Por mi parte, me he topado con el rumor unas cuantas veces en mi vida, y tengo que reconocer que sorprende; sobre todo, la primera vez, cuando aún no estás preparado para una situación tan improbable. Y así fue como me enteré que estaba arruinado y cubierto de deudas, en un momento en el que, paradójicamente, y para ser honestos, mi situación económica era más desahogada que nunca. Y, sin embargo, ya puedes esforzarte por frenar los rumores, tranquilizando y asegurando que la situación es financieramente sana… No por ello, dejan de circular. Pese a tus palabras tranquilizadoras, observas en la mirada de la gente esa pequeña inquietud que deja entreabierta la puerta hacia la duda. ¿No dicen eso de “Cuando el río suena, agua lleva”?

Rápidamente, pues, sustituí la humana necesidad de atajar el rumor por el arma más temible en semejante circunstancia: ¡La broma! Y así, la primera vez que un conocido me contó mi seropositividad, hace de ello más de quince años, me mostré muy sorprendido, garantizándole que tenía ahí una exclusiva, puesto que ni siquiera yo estaba al corriente. Era en verdad una locura, ya que, de hecho, tras repetidos análisis desde entonces, mi médico sigue asegurándome que soy “negativo”.

¡Y luego estuvo mi fulminante cáncer en 1999! Me encontré, de pronto, condenado por un amplio público que me observaba con mirada compasiva, diciéndose, sin duda, para sus adentros, que yo era demasiado joven para morir. Hasta mi banco llegó a contactarme para saber de mí, inquietándose a buen seguro por el futuro de mi empresa e, indirectamente, por mis finanzas. Puedo entenderlo, puesto que yo era el único capitán al mando del barco. Ahí también reaccioné con mucho humor, agradeciendo a todo el mundo el mantenerme informado de mi estado de salud, el cual, debo confesar, no habría podido ser mejor. ¡Aquello era verdaderamente surrealista! A fuerza de bromear, los rumores se desgastaron, y vivo como seguía, hube de iniciar mi recuperación.

Más tarde, recaída, hace once años, cuando decidí, súbitamente, vender mi empresa. Algo con lo que alimentar, sin duda, la hoguera del rumor: ¡No se vende repentinamente a los treinta y pocos años, si no hay un problema importante! Los murmullos más delirantes reaparecieron, entonces: Fase final de la enfermedad, fracaso personal, entrada en una secta (mientras yo me distanciaba de la mayor de entre ellas: el catolicismo), pero también la inminente compra de una importante empresa de la plaza de Fribourg. Fueron algunos colaboradores de la empresa en cuestión, preocupados, quienes osaron dar el paso de venir a mí, para comprobar la información. Pude tranquilizarles diciendo que si eso era cierto, yo no estaba informado. Retomé pues todo aquello con mucho humor, agradeciendo a las personas que habían tenido el coraje de habérmelo hecho saber, por las novedades aportadas.

Los celos están casi siempre en la base de un rumor infundado. Por muy malvado y grave que este sea, ninguna prueba o justificación puede frenarlo, ni siquiera la sentencia de un tribunal. Cuanto más se esfuerza uno en intentar contenerlo, más se avivan las brasas, favoreciendo su propagación. Y, puesto que las comidillas se han convertido en la única razón para existir de incontables personas, me parecería cruel privarles de ellas. Además, reírnos y tomar distancia, son las mejores reacciones posibles. A veces, es incluso interesante añadirle algo, engordándolo hasta lo ridículo, sin, sobre todo, intentar justificarnos nunca. Y cuando los rumores que circulan no tienen ya efecto sobre uno, no pueden sino extinguirse por sí mismos, como un fuego privado de oxígeno.