La traición

Una amiga me preguntó recientemente cómo manejar el sentimiento de traición. Evidentemente no hay una respuesta universal a esta pregunta, pero es interesante revisar previamente la noción de traición. En un mundo en el que a veces nos comprometemos para toda la vida, todos hemos tenido en alguna ocasión que traicionar una promesa, ya que es simplemente imposible anticipar nuestra propia evolución, nuestros gustos y deseos futuros. No basta con casarse para amar toda la vida. No basta con comprometerse religiosamente para vivir una sana abstinencia sexual hasta la muerte… Todas esas cárceles que nos creamos conducen inevitablemente a la traición.

Algunos me dirán que no han traicionado a nadie haciendo pleno honor a sus compromisos frente a otros, tragándose su sufrimiento con el fin de respetar sus contratos, surcando así “honorablemente” una vida de frustración, para no romper ninguna promesa… Pero esta pobre gente no ha dejado por ello de traicionarse a sí misma, por no haber respetado su naturaleza profunda, llegando incluso a preferir la enfermedad antes que el divorcio.

Solo quería recordar que nos traicionamos a menudo a nosotros mismos, sin ser conscientes. Creo que la promesa o el compromiso que originó una traición es siempre bienintencionado y parte de un sentimiento profundo, de un impulso auténtico… Sucede únicamente que olvidamos el hecho de que todos cambiamos a lo largo de nuestras vidas, y que querer fijar plenamente al ser que somos hoy es profundamente irrespetuoso hacia el movimiento natural de la vida.

Desde la ilusión de tratar de salvar al otro, la traición nos conduce con frecuencia a la mentira. Y así, la persona comprometida se aleja del contrato inicial mientras aparenta respetarlo. Un sacerdote me decía, hablando de sexualidad, que la cuestión no era saber si algunos religiosos transgredían los votos de abstinencia, sino cómo asumía cada uno su propia vida sexual. La hipocresía revolotea siempre alrededor de las grandes promesas.

Traicionamos todo en nuestras vidas, y sobre todo nos traicionamos a nosotros mismos cuando no nos respetamos en nuestras más profundas aspiraciones. Traicionarse a sí mismo en honor a un contrato no es más respetuoso hacia otros que tener el coraje de ponerle fin, si se vuelve insoportable. Quedarse en pareja por principio puede a veces conducir a una perversidad extrema en la relación, puesto que no puede uno ser auténticamente fiel a otros sin ser primeramente fiel a sí mismo.

Relativizar la traición debería permitirnos no dejarnos llevar por el odio hacia la persona que no ha respetado su compromiso con nosotros. Un poco de distanciamiento debería ayudarnos a reconocer que una traición no está casi nunca animada por la voluntad primera de querer herir a nadie. Este distanciamiento nos permite asimismo ver la traición como un acto a menudo torpe, a veces un poco indolente, convirtiéndose en la mejor de las peores soluciones.

El sentimiento de traición provoca una herida a veces profunda que quebranta nuestra confianza. El tiempo es necesario, pero lo es de igual modo evitar hacer de una situación una generalidad, y sobre todo, no complacerse en el rol de víctima, lo que conduciría a fijar la herida aún más profundamente. El perdón es el alivio último cuando la posibilidad emerge.

¡Quien no haya traicionado nunca que me tire la primera piedra!